Lazos de amor a través del fogón

La cocina es uno de los ambientes más importantes de una casa, es el laboratorio de los sabores, y es el lugar donde las cocineras o cocineros plasmas el amor y cariño por los que degustarán sus platos. Bien se dice que “el amor entra por la cocina”, y destacados chefs definen el arte culinario como una demostración de amor: como las abuelas cocinas para sus nietos, o las madres a sus hijos.

Tres valiosas mujeres comentan su experiencia trabajando en las cocinas de los Centros Comunitarios de SOS Aldeas Infantiles Venezuela. Ellas son las responsables de los desayunos, almuerzos y meriendas de los niños y niñas que son atendidos en tres programas de Fortalecimiento Familiar y Desarrollo Comunitario. Una demostración de amor por estos pequeños que, aunque no sean sus hijos o sus nietos, son su razón para seguir día a día brindándoles lo mejor a través de los fogones de sus cocinas.

Abril-Junio_leo1Esther Hever: “tengo 120 niños que roban todos los días un pedazo de mi corazón”

La Cañada – Estado Zulia –

Aunque es oriunda del estado Anzoátegui, Esther es de corazón juliano, ya que desde los cuatro años está viviendo en la Cañada de Urdaneta. Tocó las puertas de SOS Aldeas Infantiles respondiendo a un aviso de empleo en el que solicitaban a una ayudante de cocina. “Tengo 15 años trabajando para la organización” comenta muy sonreída.

“Estuve un año trabajando como ayudante de cocina, luego me propusieron ir a la Escuela de Madres – que en ese entonces funcionaba en Maracaibo -, y ahí estuve 9 años. Cuando pasan la Escuela para el Junquito yo me vine a descansar 8 meses. Luego recibí la llamada del Centro Social para ver si aceptaba trabajar de nuevo con ellos como encargada de la cocina y muy gustosamente acepté. Ya tengo 6 años viviendo el día a día con mis niños”, cuenta Esther.

Muchos recuerdos acumula en su transitar como ayudante y encargada de cocina en los programas de Aldeas Infantiles. Afirma que ha sido una experiencia muy linda, a pesar que en los años dedicados a la Escuela de Madres sólo viajaba los fines de semana para ver s u familia. Afirma que: “mi familia me ha apoyado muchísimo, aunque la mayoría de las veces dejo solito a mi esposo, pero el entiende”.

Se siente muy a gusto cocinando para tantos niños y niñas y colaboradores, “lo que más me llena de cocinar es que cada vez que me acerco a ellos me dicen: “Tía Esther, que rico está el pollito”; y prácticamente eso es lo que me sigue dando fuerzas para estar aquí, porque les hago la comida con amor”, revela.

Esta señora, que se mueve de un lugar a otro en la cocina pendiente de los fogones, que todo esté marchando bien, y que la sazón de su comida esté al punto, conoce a sus pequeños comensales y se esmera en que sus barriguitas queden satisfechas: “yo preparo todas las comidas, pero sé que a ellos les encanta la pasta Cañadera, que se realiza con pasta, huevo, salchichas y queso”.

Le encanta la espontaneidad de los niños y niñas, sus ocurrencias dulzura y cariño para la “Tía Esther”. Ellos la han hecho reír más de una vez y, verlos en carnaval, con sus disfraces y bailes le alegran los días. “El año pasado, los niños que estaban en el último nivel, me escribieron una canción que cantaron el último día – relató -. Más o menos dice así: Venga que venga señora Esther… Venga que venga a cocinar, Venga que venga que sus niños tienen hambre”.

Ha compartido 29 años de su vida con su esposo y no tuvieron hijos, “pero tengo 120 niños que me roban todos los días un pedazo de mi corazón”, dice muy emocionada.

Abril-Junio_leo2Maritza Chirinos: “los platos preferidos son la pasta y el pabellón porque se lo comen todo”

Asistente de cocina del Centro Comunitario Ciudad Ojeda – Zulia –

Los aromas invaden los pasillos del Centro Comunitario de Ciudad Ojeda. Mientras que los niños y niñas están trabajando en sus aulas, las encargadas de cocina preparan cuidadosamente los alimentos que probarán al mediodía. El menú para el almuerzo en esta ocasión es “sopa de vegetales con fondo de pollo, pasta y jugo de mora”, revela Maritza Chirinos, quien asiste en los oficios culinarios a Bety Reverol, cocinera oficial del Centro.

Ha visto crecer la obra de Aldeas Infantiles desde 1981 cuando comenzó en Ciudad Ojeda, “desde que pusieron la primera piedra”, dice Maritza. Vive justo al lado de la Aldea Infantil y recuerda con mucha claridad como fue ese momento: “había un terreno solo, y la junta de vecinos, junto con el señor Pascual Tadey – uno de los untadores – lograron la donación del terreno. Ahí partió la construcción de las primeras cuatro casas”. Para ese entonces también llegó a conocer a Herman Gmeiner – padre de esta organización -, “me impresionó mucho verlo, era tierno y con mucho carisma, era un señor muy cariñoso que demostraba humildad”.

Comenzó a trabajar en la Aldea Infantil hace más de 20 años, “me acuerdo que empecé el 5 de octubre de 1988” señala. Ella inició colaborando con la limpieza de la oficina de la Aldea; entregaba las cartas de los padrinos a los niños; hacía diligencias bancarias; o ayudaba a las mamás, encargándose de la casa, cuando tenían que salir; entre otras cosas. En el 2.000 empezó a trabajar como asistente de los médicos de pediatría y odontología en el centro social, antes llamado Casita de Provisorio. Y, cuando construyeron el nuevo Centro Comunitario continúo como asistente de los médicos hasta que surgió la oportunidad de ser asistente de cocina, actividad que ocupa desde hace tres años.

“Ha sido una experiencia muy bonita. He aprendido mucho con Aldeas Infantiles y le estoy muy agradecida – expresa Maritza -. Me ha realizado como mujer, y luego de la separación de mi esposo, al vivir lo que es estar con los hijos sin un padre pude seguir adelante”.

Hoy en día cocina para 120 ó 150 niños y niñas, dependiendo del día. Confiesa que fue un reto porque nunca pensó cocinar para tantas personitas, “me siento realizada – dice -, lo he logrado y he dado la talla. Hasta me he quedado sola en la cocina y he seguido adelante”. Además sabe muy bien que la pasta y el pabellón son los platos preferidos de los niños del Centro “porque se lo comen todo”. Y cuando un niño, niña o colaborador halaga su comida inmediatamente su rostro se ilumina con una sonrisa.

Entre tantos recuerdos o anécdotas que acumula en su memoria, después de tantos años dedicados a Aldeas Infantiles, tiene uno en particular que dice no podrá olvidar jamás: “una vez tomé mis vacaciones y, como vivo al lado de la Aldea, una niña llegó a mi casa para pedirme que fuera su madrina, porque la iban a bautizar y no le gustaban los padrinos que le habían elegido su familia. Ella me dijo estas palabras: “el cariño que tu me das no me lo ha dado nadie, porque todo el mundo se va y tu siempre estás con nosotros”… Ahora ella es mi ahijada. Ya está independizada y seguimos en contacto”.

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María Villegas: Las madres le dicen a sus hijos que la comida – de sus casas – la preparé yo… y se comen todo”

Cocinera del Centro Comunitario Maracay – Aragua –

En medio del calor de las hornillas, cercano a la hora del mediodía, se encuentra una mujer amable, de voz cálida, y aunque atareada muy calmada y concentrada en la preparación del menú para el almuerzo: una crema de papas, pescado guisado con arroz y ensalada. Es María Villegas cocinando una comida con sabor a mar.

María cuenta que llegó a SOS Aldeas Infantiles a través de una madre comunitaria, quien al ver su experiencia en la cocina le recomendó acercarse al Centro Comunitario porque estaban buscando a alguien para ese cargo. Ya conocía el lugar porque un sobrino participaba en el programa, lo que aumentó su interés. Desde entonces han pasado ya dos años.

“Es una gran experiencia poder ayudar a otros a salir adelante a través de mi trabajo. Muchos tienen limitaciones familiares y trato de darles o mejor de mi a través de los alimentos que preparo”, dice María Villegas.

Ella prepara 75 comidas diarias aproximadamente para alimentar a los 60 niños y niñas del programa, a los colaboradores de la Aldea Infantil y el Centro Comunitario, y a las maestras y madres comunitarias. “No es difícil – comenta María -. Claro, no es igual cocinar en casa para dos o tres personas que cocinar acá, pero cuando conoces tu trabajo y te gusta lo que haces, nada es difícil”.

“Mi día comienza muy temprano. Llego a las siete de la mañana para preparar el desayuno y tener todo listo cuando los niños llegan – relata -. Recojo y limpio mientras voy anticipando el almuerzo; el cual comienzo a servir a las 11 am. Al terminar vuelvo a limpiar y recoger todo, reposo un poco antes de comenzar a alistar la merienda de mis niños. Antes de irme dejo todo el espacio limpio y ordenado para el día siguiente. Además, estoy presta a ayudar a las maestras y mamás en lo que necesiten, ellas siempre cuentan conmigo”.

Considera que es un trabajo de mucho aprendizaje, en que e conoce a muchas personas y, todas ellas, muy diferentes entre sí, con carácter o temperamentos opuestos muchas veces. “He aprendido a conocer a las personas, a adaptarme a cada una sin tener preferencias. Trato de complacerlos a todos, porque a las personas se les debe tratar a todas por igual”.

Lo que más le gusta de su trabajo es saber que los niños y niñas se alimentan bien y que las madres están satisfechas con lo que les provee a sus hijos. Aunque dice que lo mejor es cuando los niños le dicen: “María me gustó tu comida”.

“Algunas madres me cuentan que cuando sus hijos remilgan para comer – en sus casas -, ellas los estimula diciéndoles que la comida se las preparé yo, y hasta las ponen en un envase, y así ellos terminan comiéndose todo”, comenta entre risas.

Por: Leonor Pardo / Publicado en la revista “Amigos” (Abril-Junio 2009) de SOS Aldeas Infantiles Venezuela

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